La Petardo de
Echesortu Historias de Rosario Freak |
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La Petardo de Echesortu (parte XI)
Diferencias, siempre marcando las diferencias. Será tal vez el motor de la historia, si no es mucho decir. Por las diferencias es que la humanidad se enfrenta continuamente. En la historia argentina el péndulo oscila entre civilización y barbarie. ¿Pero qué tendría esto que ver con una chica de barrio?, ¿cómo se evidenciaría este saber en unas simples historietas de pueblo chico? La llegada a Rosario de las primas de Silvina fue todo un acontecimiento, al menos para su amiga Gabriela. Las mellizas Uriburu, chicas muy recoletas ellas, de vez en cuando se aventuraban a esta parte de las pampas, a visitar una estancia que su familia poseía en uno de sus tantos campos, por el sur de la provincia de Santa Fe. Para Silvina no era novedad, ya en otras oportunidades las había acompañado, pero casi siempre fueron experiencias familiares que generaron recuerdos de infancia, de esos que nunca se borran. Más aún cuando incluyen travesuras incontables para estas niñas de sociedad, en las que las mellizas eran especialistas. La diferencia esta vez, era que Silvina había decidido invitar a su amiga Gabriela, para que conozca a sus primas y las acompañara en su paseo de campo. Las familias aceptaron, más que por gusto por formalidad, ya que las diferencias de clase eran evidentes, y normalmente no lo hubiesen hecho. Las niñas ya no eran tales, empezaban a tener cierta autonomía. A pesar de la rígida educación de las mellizas, como buenas chicas de su clase, aprendían el arte sutil del manejo del doble juego. Gabriela en esto era muy ingenua, pero confiaba plenamente en su amiga que sabía no la traicionaría. La excusa perfecta fue la compra de unos caballos, bestias salvajes cuya posesión y dominación hacen al status aristocrático, versión americana de la nobleza europea. Gabriela no conocía mucho ni de campo ni de caballos, sólo el recuerdo de algunas vacaciones en Calamuchita, que al comentarlo, generaba sonrisas cómplices en las primas y mirada seria en Silvina. Pero por qué hacer tanto hincapié en las diferencias, habiendo similitudes que son lo interesante del caso. Las cuatro en un punto pensaban igual, tenía que ver con su ebullición adolescente, o un poquito más también. Pasa que a las primas, su formación les impedía explayarse libremente como sí lo podía hacer Gabriela. Desde su ingenuidad tal vez, no evitó la explosiva expresión sobre el miembro viril del caballo, que logró la atención de la mirada de Joaquín, el peón de campo que lo llevaba. Todos lo habían observado, pero excepto Gabriela, todos se guardaron el comentario. Fue luego, cuando después de una tarde de equitación, las mellizas le pidieron a Gabriela que las acompañara al establo. Ella lo hizo, mientras Silvina con un guiño de aceptación cómplice, se fue al casco con el resto de la familia. Hasta el momento los diálogos habían sido bastante formales, excepto claro, los exabruptos de Gabriela, pero ya en el lenguaje de las miradas y con algunos conocimientos previos de los antecedentes respectivos, el entendimiento mutuo las llevó a sus verdaderas intenciones de intercambio "socio-cultural" (¿o es muy formal aun?). Joaquín, liberado un poco de sus responsabilidades, con el torso desnudo después de una calurosa jornada, alimentaba las bestias en el establo. Las tres sin mayor necesidad de ponerse de acuerdo, se le acercaron. Ël conocía a las mellizas en estas circunstancias privadas, y empezó diciéndole a Gabriela: - Escuché tu comentario. ¿Te gustaron los caballos? - Ella es Gabriela, amiga de Silvina, es de Rosario- se apresuró en presentarla una de las mellizas, no pudiendo evitar el protocolo. - Me gustan más las bestias salvajes como vos. Y lo empujó hacia atrás con las palmas de las manos sobre su pecho, quedando él de espaldas contra el pelaje del animal. Entonces las descendió hasta llegar a su cintura, desabrocharle el cinto y bajarle el pantalón. Las sonrisas de las mellizas empezaban a quebrarse en un sabor seco en sus gargantas, que sentían más excitación. La humedad quedó dentro de sus ajustados pantalones blancos de equitación. - Las comparaciones son tediosas, para qué buscar diferencias. Prefiero este animal. Concluyó Gabriela, imitando sin burlarse, los aires aristocráticos de sus anfitrionas. Después de comparar los cuerpos de los machos en el establo, lo tomó a Joaquín de las manos y lo recostó sobre el heno. Las mellizas con las camisas desabrochadas observaban y acompañaban la escena con alguna caricia. Joaquín no ofreció resistencia, y dejó que Gabriela hiciera a su manera sobre él, su práctica de equitación. El episodio fue breve, ya que las jóvenes debían volver al casco antes que oscureciera, para no levantar sospechas. La tarde había llegado a un cierre con gozo. ¿Para qué entonces volver a las diferencias si la civilización y la barbarie habían encontrado un feliz equilibrio? Sobre lo que diría Don Domingo Faustino, mejor no averigüemos. Noviembre 21, 2002 |
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