La Petardo de
Echesortu Historias de Rosario Freak |
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La Petardo de Echesortu (parte XIII)
Fue una de esas pelusitas que se desprenden de los árboles en las épocas de cambio de estación, una de esas que inundan el cielo y ahogan la atmósfera los días de tormenta, que fue a parar y quedar sujeta en uno de los ruleros de Doña Pascuala, en el momento en que barría la vereda. ¿Cómo es un sueño de barrio?, de pronto se le ocurrió pensar. No es que no lo hubiese pensado antes, sino que esta vez, como por arte de magia, algo que siempre estuvo presente en su vida se le apareció en forma de pregunta, o más bien, por su edad, como un replanteo de vida. La respuesta era harto conocida por ella, ya que tuvo sueños y deseos que la acompañaron toda su vida. Aunque en todos debería sentirse frustrada, ella era una persona bien satisfecha. No sabía de destinos, ni de grandes designios de la humanidad, siempre supo que no iba a cambiar nada, que acataría al pie esas reglas no escritas, de las que en verdad nunca fue consciente de su existencia. Sobre las marcas del destino o los designios de la naturaleza se podría hablar mucho, pero tampoco es ésta una preocupación en la gente simple, en las clases que nacen sabiendo los roles que tendrán hasta el último de sus días. Gabriela miraba desde su ventana cómo las pelusitas volaban por toda la cuadra, para posarse sobre las veredas que las vecinas barrerían una y otra vez. Ese polvillo que entraba en los pulmones y que ya era parte del ecosistema barrial, como si siempre hubiese estado, desde el comienzo de todos los tiempos y que nadie cambiaría, por más que el ritual obligara a salir sistemáticamente a la vereda a frotar las escobas. Casarse de blanco, tener hijos, una familia feliz, ir los domingos a misa, hacer las compras y esperar en casa al marido, quien traerá el sustento y la felicidad al hogar. ¿En qué momento debería creerme eso como la cosa resuelta y perfecta? ¿Me haría eso feliz?, se preguntaba Gabriela. No es la capacidad de transgresión por la transgresión misma, ya que el objetivo en sí es el mismo: ser feliz, a pesar de los prejuicios. Tal vez fue que Gabriela esa tarde tuvo la ventana cerrada y ni las pelusitas se enredaron con sus cabellos, ni el polvillo entró en sus pulmones y pudo preservar su mente limpia de esas ideas que, si bien prometían felicidad, sólo eran reglas de sumisión e intrascendencia. Ella era parte de ese ecosistema, también tenía su rol, pero en su mente simple había otros lugares superadores, que había encontrado accidentalmente en su cuerpo, que poseían la puerta para hurguetear en su interior, dándole una satisfacción que la preservaría de todas las malintencionadas acciones que la rodeaban. Para algo más que agarrar escobas servirían sus dedos. Por ahora sólo un juego de caricias y roces, que acompañados de sus pensamientos, le darían otro sabor a la intimidad de la tarde en el interior de su cuarto. Era justamente ese orificio el que la llevaría no sólo a espacios de placer, sino que también le permitirían ejercer su poder liberado de celos y prejuicios. Lo tocó una y otra vez y se aseguró el ingreso a sus profundidades humedecidas, como una acción que representaría algo más que una vía de satisfacción personal; sería el orificio de entrada a su verdadera liberación. Diciembre 5, 2002 |
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