La Petardo de Echesortu
Historias de Rosario Freak

La Petardo de Echesortu (parte XII)

    Vinchas, trenzas y medias blancas, cosas que las chicas dejaron en sus recuerdos de adolescencia, elementos para reconstruir una imagen de colegiala. ¿Por qué hacer tanto hincapié en eso?
Un primer novio, un romance, el intenso e inexplicable deseo que atrapa a las fans sea cual fuere el ídolo de turno. De las competitividades, de los celos, los odios, y tantos otros sentimientos que en la primer juventud se vuelven tan pasionales. El descubrimiento y la lucha por la integración a esa sociedad que las rodea y choca continuamente.
      No es sólo una imagen, hay algo de proyección de deseo. Un sentimiento de liberación de las prohibiciones sin perder el respeto. ¿Cómo equilibrar las pasiones humanas, por más que puedan definirse como bajas o instintivas, cuando su apasionamiento se convierte en una dificultad? ¿Será la persona equilibrada la que encuentre el camino correcto?
     No era un simple cuentito, era una historia simple, donde el tema es cierta idealización de la felicidad. Una historia que resultó ocurrir en el barrio de Echesortu, como tal vez pudo haber transcurrido en cualquier otro. Fue a Gabriela a quien llamaron la Petardo, pero pudo también haber sido otra, no cualquiera, sólo alguna otra con sus características, con las que seguramente muchas otras chicas en situaciones similares, pueden formar un estereotipo.
Una postura altiva a su manera, una actitud desafiante, rebelde también, apasionada y sobre todo sin los prejuicios absurdos a los que, al precio de perder la felicidad, solemos someternos. Y he ahí la clave, Gabriela era feliz, lo que generaba envidia y odio, aunque también, y seguramente no en las mismas personas, transmitía una alegría especial.


     Salen las señoras gordas con sus vestidos gastados a barrer la vereda, van también al almacén o a la verdulería. Intentará algún supermercado desplazar este ritual sin éxito, volviéndose hasta la sucursal de la cadena de supermercados más importante, en templo de chimentos de gran escala. En la cola de la carnicería o entre las góndolas globalizadas harán sus comentarios sobre lo que hizo, hace o hará, fulanito o menganita. Y esa, justamente la hija de tal, que es una desvergonzada y etcétera, etcétera.
     Un short diminuto de tela de jeans desflecada, una mirada distraída, una remera fuera de moda ceñida al cuerpo, el pupo al aire, y un par de trenzas a los costados de la vincha que apretaba el resto de los cabellos. Gabriela no tenía problemas en mirar fijamente a los ojos del ayudante del carnicero, mientras sonreía jugueteaba con el chicle bazooka dentro de su boca.
    Un gran cuchillo afilado separaba las porciones del peceto, los estilizados brazos fibrosos de Julio llevaban el corte sin que su mirada, que veía las medias blancas del uniforme del colegio que Gabriela aún llevaba, los acompañaran. Su patrón atendía a la siguiente clienta, las voces bajas ya no cuchicheaban. Ella, que ya lo conocía, no perdió oportunidad para hacer su comentario.
- Me encanta cómo cortás la carne.
- A vos te parto, Peta.
- No te hagas el canchero, que después le tenés que echar la culpa al freezer.


    Todo almacén, mercado, o carnicería tiene sus recovecos. Depósitos, vestidores, salidas de emergencia, accesos a cocheras, salas de preparado. Entre las puertas a la cámara frigorífica y las blancas paredes azulejadas, sobre la mesada de acero inoxidable y detrás de la cortina de pesadas fajas de poliuretano transparente, en algún momento de distracción, una fantasía se proyecta. Julio llevaba un delantal manchado en sangre y un gorrito blanco que por reglamento debe utilizar. El frío del área refrigerada puede ser inhibidor de algunas funciones, pero esta vez no fue un inconveniente, como tampoco lo fueron las miradas del patrón que renegaba con remitos en la administración y la complicidad de los demás empleados que desaparecieron de la vista, atendiendo clientes o en cualquier otra ocupación.
    Gabriela lo había desafiado y lo pudo tener bien cerca por un rato, sentada en la mesada de acero inoxidable, lo abrazó con sus piernas y entre la tela manchada del delantal pudo sentir el calor por dentro. Julio atendió el desafío, ya no usaba cuchillos, pero debió concentrarse para que el frío no arruinara la faena de corte interior.
    Fue todo muy rápido, breve e intenso, pero Julio quedó agotado. Gabriela respiró hondo, sólo en un instante se puso seria y cerró los ojos. Después de acomodarse el short, apoyó sus manos en el delantal y se las secó, miró a Julio a los ojos con su inconfundible sonrisa, giró golpeando con sus trenzas la cara de Julio y se marchó satisfecha.
     Lo qué dirían las vecinas o el patrón a ellos no les importaba, aunque sea una fantasía de barrio o una travesura juvenil, entonces, ellos eran muy felices.


Noviembre 28, 2002  
Lista de capítulos
1 - El origen 2 - Cambios 3 - Buenas y malas 4 - Dobladillo 5 - Aromas 6 - Eureka
7 - Censurado 8 - Tilinga 9 - Exámenes 10 - Bares 11 - Diferencias 12 - El qué dirán
13 - Pelusitas 14 - Regalale flores 15 - Estrambótico Volver a Rosario Freak