La Petardo de
Echesortu Historias de Rosario Freak |
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La Petardo de Echesortu (parte IV)
¿Dobladillo se llamaba? No, ruedo es más exacto. Ese doblez que se hace a la tela de algunas prendas de vestir para dar terminación y esconder el deshilache del corte en ésta. Ruedo que rueda cuando se descose, o se suelta. Hilo que vuela y se libera, para liberar la tela. Libertad sin tela, el paso previo a la desnudez. ¿Por qué ir directamente a ese detalle? Esa línea a donde van directamente los ojos de todas las miradas. Esa evaluación visual, esa antesala moralina. Hombres o mujeres, todos miran, los niños y niñas saben poco de moral, pero la aprenden de sus padres, imitándolos. Allí van sus miradas, detrás las ingenuas y curiosas gustosas de aprender. Evitar lo inevitable, si también hay uso de poder en ello, sólo habrá que aprender a ejercitarlo. ¿Los límites, quién los dispone? Empezó la batalla o simplemente el juego. La altura de las medias, la caída del ruedo. Las reglas del buen vestir y los límites de las libertades, aunque no estén de moda. Un nuevo juego de primavera, quién atrae más miradas y quién se oculta más de éstas. La regla enseña el uniforme, con éste no hay diferencias. Pero si no hay dos personas iguales. ¿Por qué uniformar las diferencias? Las medias podrán llegar más alto y el ruedo acompañarlas adentro. Se suelta y se lo lleva más alto, donde llegarán las miradas furtivas, para encontrar justo ese limite de lo que no debe verse, para que una brisa distraiga la atención y la mano libre de carpetas que bajará rápida y llamativamente para evitar lo que se pudo evitar, y bajar el vuelo a la pollera. No, no son minifaldas, aunque cumplan su función. Piernas largas, flacas y fuertes, esbeltas formas de belleza. Piel suave, carnes firmes, sólo fantasías en el límite. Ya no son juegos y aún no son batallas, Gabriela desliza un libro para agacharse a levantarlo. Sus amigos se divierten y en su complicidad, la festejan y admiran. Serán los celos de sus adversarias más fáciles de levantar, porque por las ramas de los jacarandás ya andaban. De las florcitas violáceas dispersas por el suelo, Martín levanta una. Se le acerca y se ríe, desde el piso para ver mejor, los blancos contornos de su ropa interior. Cuando recibe un empujón y cae de espaldas al suelo, desde donde ve más aún. - Te iba a dar esta flor - le dice como excusa. Gabriela camina sobre él sin pisarlo, con un pie a cada costado hasta pararse justo sobre su cara, y decirle en tono burlón: - Bueno, gracias -ya podes ver lo que no llevo-, ahora dámela. Mirándolo sonriente desde arriba, extendiéndole su mano. Y Martín llevó lentamente su mano, no sin antes rozar sus muslos desde adentro hacia fuera, para rodearla y llegar a la de ella, y darle así, su flor violeta de jacarandá. Gabriela la tomó y se fue trotando hacia su amiga Silvina, con quien se fue en complicidad. Martín siguió en el suelo mirando el cielo, hasta que sus amigos de la cuatro entre tirones y empujones se lo llevaron, ante la mirada de todos los que por allí pasaban, a la hora de la salida del colegio, en la plaza Buratovich. Octubre 21, 2002 |
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